domingo, 5 de octubre de 2008

Una tumba en el Sur de Islandia (2)


Entro con respeto en el pequeño cementerio que rodea la iglesia. Se oyen lejanos balidos de ganado en el viento ártico. La tumba está, inesperada, justo a la izquierda de la puerta. La piedra, limpia, sencilla, nórdica, sólo tiene sitio sito para las fechas (en islandés) y para su nombre.
Si fuera creyente, rezaría. Solamente le doy las gracias por todo lo que el nos dio. Olvido el frío. Saboreo algunos de los instantes más intensos de mi vida. Los restos helados de un viejo ramo y un pequeño trofeo (como de una competicion escolar) adornan su tumba. Luchando con el viento, pongo una flor marchita que vino en mi mochila desde la ciudad donde se fijaron las reglas del arte que él convirtió en religión.
Y ante su tumba, me alegro por él. Porque comprendo que ahora ya no es esclavo de sus fantasmas, ahora ya no es esclavo de sí mismo. Porque ahora, el ciudadano islandés de origen americano Robert James Fischer es libre, para siempre.

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