lunes, 28 de abril de 2008

La tumba de Alekhine.


Nunca fue feliz. Huyó de su país, donde luego se le consideró un héroe, un precursor. A pesar de que recuperó en Francia el estatus social que por nacimiento le hubiera correspondido en Rusia, siempre fue un exiliado. Dipsomaníaco y egoísta, elegante y reservado, de otro mundo. Como tantos otros colaboracionistas, siguió su exilio en la famélica España franquista, en el Portugal de Salazar. Solo tuvo una patria: el tablero y su ambición de artista. El primer libro de ajedrez que tuve fue una colección de sus partidas. Dedicó cada día de su vida a la creación de hermosura, a la lógica implacable de nuestro juego y Caissa lo coronó dos veces. Así que era inevitable que me acercara a Montparnasse, donde, por fin descansa el desdichado.

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